Terapia infantil con progenitores separados
La separación de los padres está catalogada como uno de los acontecimientos vitales más estresantes para los niños y los progenitores.
El niño experimenta inexorablemente una acusada sensación de vulnerabilidad. En su mente se rompe bruscamente la confianza en la continuidad y capacidad de protección de la familia. El mundo se vuelve menos fiable y menos predecible.
La reacción depresiva, en mayor o en menor grado, casi siempre está presente: un 34% de los niños reaccionan con una depresión enmascarada.
En general, las respuestas de los niños de cualquier edad a la separación de sus padres dependerán de diversos factores, como, por ejemplo, su previo estado emocional cuando la familia estaba intacta, su propia personalidad, nivel de sensibilidad y fortaleza, el grado de entendimiento que tenía con sus padres, etc.(5).
Asimismo, es muy importante saber distinguir los trastornos propios del niño a consecuencia de la separación de los padres, de las diversas respuestas conductuales que manifiesta en las variadas etapas de su desarrollo psicomotriz.
En general, la experiencia de la separación en el niño se manifiesta por una intensa sensación de vulnerabilidad, acompañada de un sentimiento de tristeza y lástima, una preocupación por los padres, conjuntamente con una sensación de rechazo y abandono, la incidencia de un sentimiento de ira y la aparición de un conflicto de lealtades, ya que el niño quiere por igual a ambos padresLa vinculación afectiva, que nace de la proximidad y del contacto físico con los progenitores, es de vital importancia para el hijo.
Al principio de la separación al niño le costará interaccionar con el progenitor que ha roto el vínculo continuado. Cuando éste vuelva de visita, de entrada lo mirará como a un extraño y tardará un tiempo en volver a cogerle confianza para interactuar con él. En caso de seguir este progenitor desapareciendo de su vida, puede ser que el bebé primero proteste más de lo habitual (incluso psicosomatizando su angustia de separación con inapetencia, eccemas, insomnios, etc.) y, después, se comporte de un modo apático, reservado o parezca triste.
Cuando el niño está cercano al año de edad, ya empieza a tener una cierta autonomía. En esta edad, es muy selectivo en sus afinidades afectivas, con una predilección para su cuidador habitual y demostrando poco interés por aquel progenitor con quien se siente menos vinculado. Habiendo que puntualizar aquí que, en el caso del progenitor no custodio, hay que hacerle entender que no crea que, cuando lo rechaza su hijo, es porque ha dejado de necesitarlo.